El Síndrome Fantasma


Acabades les vacances, sí,
vaig veure que al meu món algú li havia
fet una cara nova. Sang i foc
Acabadas las vacaciones, sí,
vi que a mi mundo alguien le había
partido la cara. Sangre y fuego
Gabriel Ferrater (1922-1972). In Memoriam

I don’t care if Monday’s blue
No me importa si el lunes es triste
The Cure. Friday I’m in Love

I don't like Mondays
Tell me why
I don't like Mondays
I want to shoot
The whole day down
No me gustan los lunes
Dime por qué
No me gustan los lunes
Quiero asesinarlos
Bob Geldof. I don’t like the Mondays


He comentado algunas veces como desde los medios de comunicación se pregunta a los sociólogos de cierto renombre, a veces con alevosía, sobre los hechos sociales más diversos que se convierten en la noticia del momento, y éstos, se ven obligados a dar una opinión de urgencia muchas veces sin poder reflexionar lo suficiente sobre el tema.

Hasta ahora había sido algo que les pasaba a otros y yo asistía al hecho desde mi televisor o desde mi radio como mero espectador pero, no sé si porque era verano y no estaba la primera línea de sociólogos de cabecera a mano, o porque este blog empieza a salir con frecuencia en los resultados de los motores de búsqueda, o quizás por ambas razones, está vez me llamaron a mí e hice mi debut en las ondas.

Hace unos días me llamaron de Radio Nacional de España para dar mi opinión acerca del síndrome postvacacional. Yo le dije a la redactora que contactó conmigo que no tenía inconveniente pero que no era un especialista sobre el asunto de marras, ella me contestó que no tenía tanta importancia este hecho como que, habiendo hecho un repaso de mi blog, el estilo de mis opiniones y mis artículos estaba muy en la línea de su programa, “La noche en vela”, que conducía durante el mes de agosto el periodista catalán Toni Marín.

Y así fue. Yo hablaba en mi estudio, en una atmosfera de cierta irrealidad, pues el escenario era muy próximo a mí – mi propia casa – pero la conversación telefónica con Toni la estaban oyendo miles de personas a lo largo del país.

El conductor del programa estuvo tremendamente simpático, dominador de su oficio le daba un ritmo diabólico a la entrevista y, puede que yo estuviera en la línea informal del programa, pero no estoy acostumbrado a esa velocidad en la conversación, así que no sé que tal salió la cosa. En todo caso fue una experiencia divertida.

Así que la llamada de Radio Nacional me hizo reflexionar sobre un asunto que, en principio, me ha parecido un lugar común, un tema de conversación, una noticia con cierto aire frívolo que se repite al final de cada verano. Y lo cierto es que la frivolidad desaparece en cuanto sabes que hay personas a las que las afecta en mayor o menor medida.

En primer lugar hay que decir que el síndrome postvacacional es un síndrome fantasma, no existe oficialmente – enfermedad extraoficial la llamé durante el programa – pues no está admitida como tal por la Organización Mundial de la Salud, no hay cifras oficiales de pacientes, ni existe consenso entre la comunidad científica sobre su existencia, ni hay muchas investigaciones que tengan a este síndrome como objeto de estudio, aunque esto último pueda deberse a una conspiración del empresariado internacional siempre presto a reducir los tiempos de descanso y de enfermedad de los trabajadores en aras de aumentar la sacrosanta productividad.

El síndrome postvacacional se puede definir como el estado que se produce en el trabajador al fracasar el proceso de adaptación entre un periodo de vacaciones y de ocio con la vuelta a la vida activa, produciendo molestias que nos hacen responder a nuestras actividades rutinarias con un menor rendimiento.

Es decir, se presenta una vez te has reincorporado, no se trataría pues de esa congoja previa a la vuelta al trabajo que tienes los últimos días de vacaciones cuando vas tomando conciencia de que lo bueno se acaba. A esta podríamos llamarla “congoja prelaboral”. Tengo que reconocer que personalmente sufro mucho más de esta familiar congoja que del síndrome postvacacional, quizás porque yo soy de los que se resigna fácilmente a lo inevitable y yo no puedo vivir sin trabajar, es una desgracia pero es la verdad.

Al parecer el síndrome postvacacional puede producir síntomas físicos y psíquicos, los síntomas propios del estrés como tristeza, irritabilidad, nerviosismo y desmotivación. Y se registran casos agudos, ya es tomarse las cosas a pecho, que describen síntomas de depresión. Supongo esto ocurre cuando la persona tiene un trabajo de riesgo o muy desagradable y no es vocacional, o bien ya de por sí tiene tendencia a la depresión y la vuelta al trabajo supone un disparador más de su mal.

Pero yo no me voy a detener en síntomas psicológicos – no soy psicólogo –, ni en síntomas físicos – no soy médico -, sino que hablaremos de lo que tiene de social este asunto.

De esta manera lo primero que se me ocurre es que hay un fuerte refuerzo cultural que impulsa a aumentar la incidencia de este síndrome, en el sentido de considerar al trabajo como una actividad negativa, obligada y sacrificada. En nuestra cultura judeocristiana, incluso desde el mismo mito fundacional del mundo, se pone a parir al trabajo. Recordemos que cuando se expulsa del Paraíso a Adán y a Eva, se les condena a ganarse el pan con el sudor de la frente y la vida se convierte en lucha, en un valle de lágrimas – una de las lágrimas es trabajar para vivir – que nos toca soportar hasta que pasamos a mejor vida. Bonito panorama.

Por eso algunos de nosotros sufrimos con más facilidad de congoja los días finales de las vacaciones que otras personas que provienen de otras culturas, o sufrimos de síndrome postvacacional  o tienen entre nosotros tan mala fama los lunes, que son días calificados de malditos en todas las conversaciones informales después del fin de semana, y si no recordemos la canción “I don’t like the Mondays” de Bob Geldof o la canción “Friday I’m in Love” de “The Cure”, de alguna manera existe un pequeño síndrome de lunes.

En otras culturas simplemente no existe el síndrome postvacacional. Francamente no veo a los chinos con estos síntomas tan burgueses. Un compañero que ha estado destinado cinco años en China me dijo que no conocía ningún caso, en gran parte porque para empezar no tienen vacaciones y, si las tuvieran, las emplearían en trabajar en otro sitio. En general, en culturas con economía de subsistencia, no hay espacio para que exista el síndrome postvacacional. De esta manera, tampoco hay registros históricos de la existencia de este síndrome en la España agrícola, preindustrial y atrasada anterior a la década de 1960.

Además, ya dentro de nuestro mundo occidental judeocristiano, también hay grados. Existe una ética calvinista y luterana del trabajo que nosotros, los civilizados católicos meridionales no compartimos. Nosotros sabemos emplear muy bien nuestro tiempo de ocio cosa que nuestros germánicos vecinos del frío septentrión envidian, odian y critican a partes iguales – bien nos lo hacen pagar con la prima de riesgo - pero que sucumben a nuestra “joie de vivre” – sin ningún estilo ni moderación – cuando vienen a nuestras costas.

Así que no es de extrañar que gentes como nosotros, que sabemos disfrutar de la vida, suframos de malestares cuando pasamos de una situación placentera a la triste experiencia de volverte a meter en un horario y una actividad reglada.

Ahora hablando más en serio, he tenido acceso, al menos parcial, a dos estudios respecto a la incidencia de este malestar y de sus consecuencias en España. Uno llevado a cabo por el Servicio de Promoción de la Salud de la empresa Sanitas y otro de la empresa de empleo temporal Randstad.

Según el estudio de Sanitas el 65% de los adultos registra algún síntoma relacionado con el síndrome postvacacional y concluye que la incertidumbre laboral, derivada de la crisis omnipresente en la que más que vivimos, sobrevivimos, está haciendo que la sociedad acepte mejor la vuelta de las vacaciones, lo cual, me parece lógico. Párrafos antes comentábamos que cuánto más cerca estemos de una economía de subsistencia se presenta menos incidencia del síndrome. Ante la tesitura de elegir entre el paro y la vuelta al trabajo, uno elige como mal menor esto último y da gracias por disfrutar de un empleo. El miedo obra milagros… ¡si lo sabrán las élites!.

El estudio de la empresa Randstad se realizó sobre datos del verano de 2012 sobre una muestra aleatoria de mil personas. Coincide con el de Sanitas en la aminoración del fenómeno. En 2011  el 39,26% del personal no presentó ningún síntoma, mientras que en 2012 fue el 53,3%, es decir, un 14% de personas menos sufrió el síndrome en alguna de sus formas.

Los datos que siguen son muy curiosos. Si tenemos en cuenta el sexo, el fenómeno se presenta más en las mujeres, sobre todo en las mayores de 40 años y con hijos, que en los hombres. Un 60% de los varones aseguran no sufrir síntomas por un 48% de las mujeres. La razón de fondo parece residir en la persistencia de la desigualdad entre sexos a la hora de acometer las labores domésticas. Dicho de un modo claro, la mujer – la que es trabajadora por cuenta ajena - retorna a trabajar al hogar y al trabajo mientras que el hombre retorna a trabajar en su empresa pero menos en el hogar.

Otra cuestión es que el síndrome parece disminuir más con la edad. La incidencia en el segmento de población mayor de 45 años es menor. A mi se me ocurre que tiene que ver con la experiencia de la vida. A partir de los 45 comienzan los achaques y la salud se ve mermada y economizas en depresiones, y te dedicas a las que tienen una justificación más rigurosa. Si estás pendiente de los resultados de una biopsia la idea de sufrir malestar psíquico por la vuelta al trabajo se te antoja una fruslería. Entre los 16 y los 24 años los encuestados no reconocen síntoma alguno, deben estar muy ocupados en acumular experiencias vitales y, a partir de los 30, la incidencia crece hasta llegar a los 45 que empieza a decrecer hasta los 65 que es la edad a la que hasta ahora la gente ha ido jubilándose.

Y ya por último la incidencia es menor, un 40%, en los inmigrantes que en los españoles de nacimiento, un 60%. Esto también tiene una justificación lógica en la línea de la mayor proximidad a la economía de subsistencia y la mayor probabilidad de engrosar las filas del paro. Es conocido el hecho de que la población inmigrante suele tener mayor precariedad en el empleo en un mundo laboral ya de por sí precario.

Internet está lleno de buenos consejos para pasar esta penosa adaptación de la mejor manera posible, dar consejos es una de las pocas cosas que la gente da de manera gratuita, muy probablemente porque la recompensa estriba en que el que aconseja de alguna forma queda por encima del aconsejado y, es esa, quedar por encima, una sensación muy placentera… y muy española.

En este “hit parade” de consejos a poner en práctica al volver de las vacaciones, los número uno son: establecer objetivos sencillos y alcanzables, mantener una actitud positiva al regresar a la oficina y planificar tareas y establecer un orden de prioridad de las mismas. Bien, ¡qué Dios me perdone!, ¿pero estos consejos no son buenos siempre?, ya sea al volver de las vacaciones como durante todo el año. A mi me parecen un código de buenas prácticas más que unos consejos específicos para un período traumático concreto.

Pero sigamos, en cuarto lugar suele recomendarse retornar de las vacaciones dos o tres días antes para ir adaptándose al cambio. No sé, yo no soy experto y supongo que esta aseveración tendrá justificación empírica, pero parece más un castigo que un remedio. Como voy a sufrir por un cambio brusco en mi modo de vida, voy a adelantar el cambio para ir sufriendo poquito a poquito, así divido la cantidad de sufrimiento por el número de días y me sale a menos, por día claro porque en total… No sé, yo cada vez más, consensuando el asunto con mi mujer, dejo el plato fuerte de las vacaciones para el final, de manera que regreso el último día por la tarde y a la mañana siguiente estoy trabajando. Pero claro yo tengo más de 45 años y ya me han hecho alguna que otra biopsia, aunque a Dios gracias con buenos resultados.

A continuación se suele recomendar una comunicación fluida con el grupo de trabajo, en el sentido de trabajar sí, pero comentar lo bueno del verano, intercambiar recuerdos y demás camaraderías que nos hacen el trabajo en grupo llevadero. Me parece un buen consejo, pero también para cualquier época del año.

Por último, se recomienda no regresar al puesto de trabajo en lunes, para que a la sensación adversa del retorno no se añada el síndrome del lunes. Bueno, ya hemos hablado de la existencia de esta "lunesfobia" cultural que no teníamos cuando sólo se descansaba el domingo. Puede ser un buen consejo, de todas formas, yo recomendaría – sin apoyarme en ninguna justificación empírica, tan sólo en mi experiencia personal – no tener en cuenta el día en que vuelves, porque si retornas en viernes pues para qué si al día siguiente es sábado y entonces sólo te quedarán el martes, el miércoles y el jueves y qué estrés elegir entre uno de ellos. Si te da igual el día de la vuelta no tendrás esos problemas.

Todo esto me hubiera gustado decirle a Toni Marín, pero la velocidad del directo en la radio no da para conversaciones tranquilas, por eso prefiero escribir a hablar, hablando siempre te dejas cosas en el tintero y luego te da rabia cuando después te acuerdas de lo quisiste decir y no dijiste. A veces pasan años y te sigues acordando de la frase que no pronunciaste a tiempo. ¡Qué estrés!, estrés postconversacional.


Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


A continuación os propongo un vídeo que, aunque es publicitario, me parece muy divertido y viene muy al pelo. Es del humorista español Leo Harlem.



Rubén Bravo, especialista en nutrición y portavoz en el Instituto Médico Europeo de la Obesidad, cuenta como cada vez, son más las personas que acuden al médico a la vuelta de vacaciones porque su estado de ánimo es distinto al habitual. Tras la realización de diversas pruebas, se les detecta el llamado síndrome postvacacional. Prueba que tan sólo dura unos minutos y concluyente en el diagnóstico. Para más información pulsad aquí.


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Los Roles Sociales

Máscaras del teatro clásico grecorromano


All the world's a stage,
And  all the men and women merely players
El mundo es un escenario,
y todos los hombres y mujeres son meros actores
Shakespeare As you like it, II,vii, 113
  

Hace poco tiempo por mis infinitos pecados, sobre todo por soberbia y vanidad, sufrí el castigo de presentarme a una oposición. Por este blog hay más de un artículo en el que abundo en ello (1). Uno siempre va detrás de sus traumas. El caso es que, como opositor profesional que era en aquel momento, me interesaba conocer al máximo las obras y milagros de los miembros del tribunal. Me enteré de que la presidenta titular del mismo participaba como ponente en un seminario, era muy interesante pues iba a dar una charla sobre asuntos muy directamente relacionados con el temario de la oposición.

Así que me apunté al seminario y acudí presto, en cierto modo era un privilegiado pues la mayoría de las personas que se encontraban en la misma tesitura que yo no tenían la posibilidad de asistir. Así que me pareció de “fair play” publicar en Twitter los titulares, más o menos periodísticos, de lo que la señora en cuestión tuviera a bien expresar en su charla.

Yo ya estaba acostumbrado a verla en posición de autoridad. Sentada en una mesa presidencial sobre una tarima mientras que yo estaba sentado anónimamente entre el público asistente. Pero algo había cambiado: su lenguaje corporal y su expresión.

En el tribunal,  adoptaba una postura de seriedad y responsabilidad sin la mínima rendija por la que pudiera escapar una nota de humanidad o debilidad, era algo así como una estatua parlante dedicada a la oficialidad y a la formalidad. En cambio, en aquella conferencia, sin abandonar del todo la posición de autoridad que le había llevado a ser ponente, estaba mucho más relajada, sonreía y bromeaba con sus colegas, ¡sonreía y bromeaba!. Algo inusitado para mí. Y torpe, como lo soy en algunas ocasiones, escribí en Twitter: “La señora TalyCual sabe sonreír”.

Twitter es en muchas ocasiones una escopeta que dispara por la culata. Esa noche tenía un simpático tuit de la señora TalyCual en el que decía que en efecto, sabía sonreír y reír, pero que dependiendo del sitio en el que se encontraba o de la función que desempeñaba podía o no podía permitirse el lujo de hacerlo. No me voy a detener en el susto que me pegó al enviarme el tuit, recuérdese que era la presidenta del tribunal y yo un opositor, sino en el sustrato sociológico de lo que me estaba señalando. Estaba enunciando, sabiéndolo o no, una aproximación personal a la definición de los roles sociales.

En sociología se llama rol social a los distintos papeles sociales que se pueden desempeñar en una sociedad, por ejemplo, el rol de presidenta de un tribunal de oposición, pero también, el rol de maestro, de policía, de estudiante, de hijo, de madre, de niño o de anciano, de casado o de soltero; cuanto más compleja es una sociedad, cuanta mayor sea la división del trabajo, de funciones, de características específicas que marcan diferencias de comportamiento, mayor será el conjunto de roles sociales.

De hecho, podemos contemplar a la estructura  social de una sociedad de varias maneras, en función de sus clases sociales u otras formas de estratificación, por sus instituciones, como un conjunto de sistemas que funcionan en conjunto o, como en el caso que nos ocupa en este artículo, como un complejo entramado de relaciones sociales entre actores que ocupan distintas posiciones y desempeñan roles diferentes.

Y es que cada rol social implica una manera de comportarse y de actuar. La presidenta de aquel tribunal, se veía impelida a seguir unas pautas de comportamiento específicas del rol que desempeñaba, tenía que ser especialmente seria y formal pues era lo que se esperaba de ella, por esa razón me sorprendió tanto encontrarla en otro ambiente y descubrir que, en determinadas circunstancias, era capaz de reír. Nadie hubiera entendido que cambiase sus formas de comportamiento mientras desempeñaba su función. Imaginaos a un presidente de un tribunal de este tipo bromeando o burlándose de las respuestas incorrectas de los opositores. Si esto hubiera ocurrido se habría producido una gran desorientación entre los examinandos y entre sus propios compañeros de tribunal, nadie habría sabido a qué atenerse, su comportamiento hubiera sido imprevisible y la imprevisibilidad está muy mal vista cuando se vive en sociedad.

Luego podemos afirmar que todas las personas tienden a actuar en contextos sociales determinados de acuerdo a las pautas concretas de comportamiento propias del rol que desempeñan. Es decir, que todos representamos un papel como en las obras de teatro. En este punto, en los libros de sociología se suele recordar que la palabra “persona” deriva etimológicamente de la misma palabra latina que significa máscara, aquellas máscaras que llevaban los actores en el teatro clásico grecorromano.

De alguna manera cada mañana cuando nos despertamos, apagamos el despertador y nos dirigimos al baño, ya nos vamos colocando las máscaras de los distintos roles que vamos a desempeñar durante el día. Porque yo puedo contemplar a la sociedad como un conjunto de roles pero también puedo contemplar la vida de cada persona como un conjunto de roles, “set of roles”, como los denominó el sociólogo norteamericano Robert Merton (2). Yo mismo soy marido, padre, funcionario, informático, sociólogo, conductor, madridista, bloguero, cincuentón y alguna que otra cosa más que me callo, y cada uno de estos roles tiene sus propias pautas de comportamiento.

José Félix Tezanos (3), citando a Robert Nisbet (4), estima que los roles están caracterizados básicamente por cinco rasgos. En primer lugar los roles implican comportamientos socialmente establecidos, la presidenta del tribunal de oposición debía comportarse como todos esperábamos que lo hiciera. En segundo término tienen su propia normativa que se expresa en el lenguaje usual como “ser un buen padre” o “ser un buen profesor”. Como tercer rasgo, los roles constituyen un círculo o múltiples círculos sociales que suponen un conjunto de relaciones concretas, por ejemplo, en el sistema educativo conviven el rol del profesor, el del alumno, el del director del centro, el del personal no docente, el del inspector de zona, entre otros; y todos los que participan, saben qué pueden o qué no pueden hacer y qué pueden esperar de los demás. En cuarto lugar, los roles sociales definen campos de acción que se consideran legítimos, un policía puede en determinadas circunstancias hacer uso de la violencia legal pero un vecino no puede tomarse la justicia por su mano. Y por último, en quinto lugar, los roles forman parte del sistema de autoridad más amplio que implica el cumplimiento de una serie de obligaciones para con uno mismo y para con los demás, por ejemplo, el rol de alumno implica los deberes de acudir a clase, de estudiar, de obedecer al profesor; el rol del soldado en un desfile implica que si lleva el paso cambiado, su error no sólo le afecta a él sino a toda la compañía.

Robert Nisbet  era de la opinión de que toda sociedad tiene una serie de roles estándar o roles tipo, cada uno con sus características, pautas de comportamiento e importancia social. Es más, opinaba que a lo largo de la historia había una serie de roles básicos que se mantenían como el rol del matriarcado, el de profeta, el de mago, el del guerrero y el del político entre otros. Yo añadiría – permitidme la humorada - que, tal y como van las cosas, el de político corrupto.

Así que los roles llevan aparejados posiciones sociales que, aparte de las pautas de comportamiento,  responsabilidades y obligaciones tienen asignado una serie de derechos, privilegios y prestigio, es decir, los roles van acompañados de un estatus específico (5).

En las sociedades menos complejas, el estatus asignado a un determinado rol es adscrito, es decir, depende de las circunstancias personales de quien desempeña el rol. Por ejemplo, la edad, el sexo, las relaciones familiares. El papel no depende de las acciones de los protagonistas sino de quienes son.

En las sociedades complejas, más en concreto en las sociedades modernas, hay mayor apertura en cuanto a la posibilidad de movilidad social y se habla también de estatus adquirido, que en gran parte depende de la propia actividad de los individuos y del logro profesional. Es decir, el papel a representar no depende tanto de quién es el que lo realiza como de lo que hace y ha hecho a lo largo de su vida.

Este estatus conlleva, como hemos señalado, responsabilidades y obligaciones que, a su vez, implican un cierto nivel de autoexigencia y de exigencia por parte de los demás. Este grado de cumplimiento que se exige, tanto uno mismo como los demás, se aprende durante el proceso de socialización (6). La señora TalyCual, presidenta del tribunal de oposición, tenía que comportase según unas pautas socialmente establecidas, exigidas tácitamente por el cuerpo de opositores y autoexigidas por ella misma en el convencimiento de que estaban asociadas a su cargo.

Pues bien, se ha podido observar que estas pautas de exigencia se relajan en ciertas circunstancias. Al parecer la exigencia disminuye en función del tiempo que se lleva desempeñando un determinado rol ante el mismo grupo de gente. De hecho, volviendo al ejemplo del tribunal, el comportamiento de sus miembros en las sesiones públicas era mucho más relajado al final del proceso de oposición que en las primeras sesiones.

Otro motivo de relajación en las pautas de comportamiento se produce cuando los roles se desempeñan entre personas que tienen estatus semejantes. De esta manera la señora TalyCual rió y bromeó cuando era ponente del seminario del que hablábamos al principio pues compartía escenario con otras personas de estatus semejante ante un público que, en gran parte, también compartía más o menos el mismo estatus.

Como hemos visto todo individuo, en cada día de su vida, debe desempeñar simultáneamente varios roles y esto conlleva muchas veces ciertas dosis de conflictividad y tensión entre los requisitos y características de los diferentes papeles que representamos.

Imaginaos, voy a poner un ejemplo extremo para que se entienda bien, a una persona con cierto poder, un coronel del ejército, que es un dios en su cuartel, acostumbrado a dar órdenes y que sean obedecidas. El coronel cae enfermo y va al hospital, lo primero que le hacen es ponerle un bata abierta por la espalda – no sé qué sádico diseñó las tales batas que te dejan con el culo al aire y te tiran por los suelos la autoestima – y, a partir de ese momento, es un paciente que tiene que obedecer las órdenes de médicos, enfermeras y hasta de auxiliares, enseñar sus partes más íntimas a cualquiera de ellos y recibir pinchazos, punciones y tocamientos – profesionales – pero tocamientos al fin y al cabo. Y encima dando las gracias pues están trabajando por tu salud. Es evidente que hay un conflicto entre su rol de coronel y su rol de paciente, que no suele llevarse muy bien.

No hay que llegar a tanto. Yo mismo me he encontrado en situaciones que me producían cierto mal sabor de boca. Por ejemplo cuando trabajaba en informática por las mañanas y estudiaba informática en la universidad por las tardes, rol de profesional y de estudiante al mismo tiempo, tenía que aguantar opiniones de algunos profesores que no coincidían con mi experiencia laboral, lo que me provocaba cierto conflicto interno entre callarme y dejarlo estar, o bien, iniciar polémica con alguien que en ese contexto tenía más poder que yo. Todos hemos vivido situaciones parecidas.

Cuanto más activa sea la persona mayor será el número de roles que desempeña y mayor también la posibilidad de encontrar conflictos entre los distintos roles.

Las causas específicas de conflictividad en estos casos son múltiples. Algunas están relacionadas con la edad, por ejemplo, el rol de hijo, el rol de adulto, el rol de anciano. También pueden surgir conflictos como consecuencia de encontrarse en contextos sociales con sistemas de valores distintos, por ejemplo, el inmigrante que se ve forzado a desempeñar roles culturalmente distintos a los de su país de origen, el uso del chador por las mujeres musulmanas entraría en este capítulo. Pero el grupo de causas más común se produce en el desempeño de roles que entran en colisión entre sí, por ejemplo un inspector fiscal cuando desempeña el rol de contribuyente o el profesor que da clases a su hijo, en el que el rol de padre y de profesor entran en conflicto.

Estos conflictos pueden dar lugar a muchos tipos de trastornos psicológicos, problemas de perturbación de la personalidad, disonancia cognitiva (7), anomia (8). Pero, en la mayoría de los casos no llegan a ser patológicos gracias a que las personas demostramos suficiente flexibilidad para adaptarnos las diferentes situaciones que provocan estos conflictos y a que en muchos casos no pasan de ser cuestiones que provocan malestar ocasional.

Existe otro tipo de conflicto que sería “intrarrol”, se produce cuando una persona decide abandonar o le hacen abandonar un rol que desempeñaba anteriormente y que representaba una parte importante de su vida. Puede ser la transformación que se sufre al llegar a la jubilación, pero es un síndrome que se le presenta a todos los que de alguna manera son “ex”. Ex cónyuges, ex alcohólicos, ex monjas y ex curas, por ejemplo.

Sobre todo al principio estas personas se siguen viendo a sí mismas con la imagen que tenían cuando estaban desempeñando el rol que acaban de abandonar. Estas inercias cognitivas pueden complicar mucho el proceso de transición a la nueva situación (9).

¿Y que decir cuando una persona pública, con un estatus importante, no cumple con las expectativas sociales que derivan del rol que desempeña?. Bueno pues no es necesario acudir a la teoría sociológica, basta con leer los periódicos, ver la televisión o darse un paseo por Twitter.

Conozco un pequeño país europeo cuyo monarca se fue a cazar proboscídeos con una seudoprincesa del Sacro Imperio rubia y maciza, no es lo que se esperaba del venerable anciano coronado. O para qué hablar del tesorero del partido mayoritario, que atesoraba sí, en Suiza. O que los banqueros causantes de una crisis, más que económica existencial, sean inmunes a cualquier intento de revisar su conducta profesional, aunque esto no sólo pasa en ese pequeño país europeo sino en todo el mundo Y así puedo dar mil ejemplos de cómo las expectativas conductuales incumplidas de los roles decepcionan y crean alarma social (10)

Bueno creo que para una primera aproximación al concepto de roles sociales ya está bien, si siguiéramos tendríamos que meternos en los matices que las distintas escuelas sociológicas discuten en torno a la forma en que los roles se construyen, se adoptan, se expresan, se institucionalizan, se intrumentan o sobre el interesante asunto de los roles de género. A lo mejor en otra ocasión, tiempo habrá.

Para terminar vuelvo al principio. No fui justo con la señora TalyCual, le atribuí – debido a la experiencia traumática que supone ser opositor – una frialdad que no era verdadera, una inhumanidad basada en la imagen distorsionada del rol que desempeñaba. El tuit que me envío aquella noche, la del día del seminario, me acabó de demostrar cuán equivocado estaba y me proporcionó un magnífico ejemplo para explicar un concepto básico de la sociología: los roles sociales.


Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo

Notas:
(2)    Robert Merton, famoso sociólogo norteamericano con notables aportaciones a la teoría funcional estructuralista. Para más información pulsad aquí.
(3)    José Félix Tezanos es Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Desde 1974 desempeña diversos puestos docentes en universidades españolas. Es Catedrático de Sociología en la UNED, Director del Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) y Coordinador del GETS (Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales). Dirige la Fundación Sistema y es miembro de la Academia Europea de Ciencias, Artes y Letras de Paris, así como de los Consejos de Redacción de las revistas REIS (Revista Española de Investigaciones Sociológicas), RIS (Revista Internacional de Sociología) y EMPIRIA (Revista de Metodología de Ciencias Sociales). Editor de la Revista Sistema y Director de la Revista Temas, es autor de más de una treintena de libros y de cientos de monografías científicas sobre temas de estructura social, sociología política, tendencias sociales y ciencia, tecnología y sociedad.
(4)    Robert Nisbet sociólogo norteamericano a quién también podríamos encuadrar dentro del funcional-estructuralismo, su obra tiene una notable influencia de Emilio Durkheim y su pensamiento es claramente conservador
(5)    Para el sociólogo norteamericano, Sheldon Stryker de la escuela sociológica del Interaccionismo Simbólico, los roles son expectativas conductuales compartidas ligadas a posiciones sociales.
Las personas se reconocen mutuamente como ocupantes de posiciones, al hacerlo las personas evocan expectativas recíprocas de lo que se espera de ellas.
Las personas no sólo adoptan roles sino que adoptan una actitud creativa y activa hacia sus roles, es decir, las personas construyen los roles. Aunque ese grado de creatividad queda limitado por las estructuras sociales, por ejemplo, un juez puede ser creativo en su posición pero hasta el límite de extravagancia que socialmente se le permite.
(6)    En sociología se entiende por socialización el proceso mediante el cual los individuos aprenden e interiorizan los valores y normas de la cultura en la que les ha tocado vivir, convirtiéndose idealmente en personas socialmente competentes. La socialización es un proceso continuo que sólo termina con la muerte del individuo, ya que, a lo largo de sus vidas las personas van desempeñando nuevos roles que tienen que aprender (hijo, estudiante, trabajador, padre, abuelo y jubilado). Para más información pulsad aquí.
(7)    El concepto de disonancia cognitiva, en Psicología, hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas, todo lo cual puede impactar sobre sus actitudes. Para más información pulsad aquí.
(8)    La anomia es un concepto que debemos al gran sociólogo francés Emilio Durkheim. La anomia se produce cuando, a consecuencia del desarrollo y aumento de la complejidad de una sociedad, se produce un desajuste entre las nuevas demandas vitales que origina esa sociedad – por ejemplo ser más competitivo – y la viejas normas y valores que tradicionalmente han venido dirigiendo las conductas de sus miembros. Para más información pulsad aquí.
(9)    Helen Rose Fuchs Ebauch de la Universidad de Houston, una antigua religiosa que abandonó los hábitos para terminar siendo profesora de sociología, ha estudiado detenidamente los cambios que se producen cuando una persona deja de desempeñar un rol que hasta entonces había sido básico en su vida. Ha descrito el proceso de desafiliación religiosa y ha establecido sus fases (Dudas, búsqueda y sopesado de alternativas, punto de ruptura y establecimiento de la identidad como ex miembro de la congregación).
(10)    Todo este párrafo está escrito sin acritud y de manera “presunta” no vaya a ser que al final al que “empapelen” sea a mí.


Bibliografía:

La Explicación Sociológica
Una Introducción a la Sociología
José Felix Tezanos
2ª Edición 4ª Rempresión
UNED
Madrid 1998

Teoría Sociológica Moderna
George Ritzer
5ª Edición
ED. McGraw-Hill
Madrid 2001

Conceptos Fundamentales de Sociología
Roberto Garvía
Segunda Reimpresión
El Libro Universitario
Alianza Editorial
Madrid  2003

Sociología
John J Mancionis y Ken Plummer
Prentice-Hall
Madrid 2005





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