La Educación de los Hijos de la Revolución Digital



No soy muy partidario de llevarme el trabajo a casa, pienso que los griegos antiguos hicieron muy bien dividiendo el día en tres partes y que no hay que mezclar las horas de negocio con las del ocio y, mucho menos, con las de dormir; siempre que lo he hecho ha sido por fuerza mayor. El caso es que en aquella ocasión, no recuerdo por qué, tuve que hacer una de esas excepciones a mi regla de oro, desgraciadamente no ha sido la única vez. 

Sería allá por el año 1996 y acababa de salir Windows 95 (1) al mercado, me llevé un portátil del trabajo a casa con ese sistema operativo. Me puse a trabajar mientras mi hijo mayor - entonces muy pequeño, apenas levantaba un palmo del suelo, no sabía leer y hablaba con media lengua, hoy en día tampoco habla mucho pero ahora se trata de una elección personal – jugueteaba a mi alrededor.

Salí de la habitación dejando el ordenador encendido, no me alejé mucho ni por mucho tiempo, cuando regresé todo mi mundo permanecía igual. El niño jugaba, la televisión estaba encendida sin que nadie la atendiera y mi ordenador estaba preparado para seguir sobre la mesa. Sin embargo, cuando miré a la pantalla mi trabajo no estaba, había desaparecido y la carpeta en la que estaban varios iconos correspondientes a archivos que estaba utilizando tampoco estaban. Me puse a buscar y los encontré en otra carpeta que no tenía nada que ver con la que estaba utilizando. Yo no los había copiado ahí, mi mujer tampoco que andaba trasteando por allí pero a sus cosas. ¿Me estaría volviendo loco?.

Conan Doyle puso en boca de Sherlock Holmes que cuando han sido descartadas todas las explicaciones imposibles, lo que queda, por muy inverosímil que parezca, ha de ser la verdadera. Algo así debí pensar porque me puse a mirar a mi hijito con otros ojos mientras él permanecía con la apariencia inocente del que no ha roto un plato y ajeno a mis pensamientos. Lo senté en mis rodillas, él tan contento con que su padre tan serio le hiciera caso, le puse la mano en el ratón y él me entendió a la perfección. Puso el cursor encima del primer icono y lo arrastró a la carpeta vacía, luego repitió la operación con el segundo, cuando hubo trasladado los iconos desaparecidos le celebré muchísimo la operación y él se puso muy contento, rió como solo ríen los niños pequeños, guturalmente, con toda el alma.

Y yo me di cuenta de dos cosas. En primer lugar la tremenda potencia icónica de las aplicaciones gráficas que permitían a casi un bebé manejarlas y, en segundo término, que mi hijo con dos años, analfabeto por razón de edad, operaba mejor con el ordenador que muchos titulados superiores de cuarenta años y altas responsabilidades que yo conocía en mi trabajo.

Antes se decía que los niños venían al mundo con un pan debajo del brazo, yo creo que ahora vienen con un portátil, con una tableta o con un teléfono inteligente, depende de los gustos. La generación de mis hijos es heredera de la revolución  digital, entienden la lógica íntima de la tecnología. A pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida entre ordenadores, desde que en segundo curso de la Facultad entregaba mis programas en Fortran IV (2) en fichas perforadas (3) allá por 1980, ellos me superan en esa comprensión íntima de lo tecnológico, sencillamente porque en ellos es un reflejo casi innato y en mi caso es aprendido, además cuando ya era adulto. De esta manera mi consultor particular de Android es mi hijo pequeño, siempre que tengo una duda acudo a él, y de Windows 8 me ha dicho que es muy sencillo porque es como un teléfono móvil, cuando a mi me parece, que de puñeteramente sencillo, resulta complicado.

Lo cierto es que tienen el cerebro sobreestimulado a las señales audiovisuales y electrónicas. No pueden prestar atención a algo que no les agite, que no produzca ruido y reverberación de imágenes. Cuesta un imperio sentarles a que vean una obra maestra del cine de los años ’30 o ’40, y no sólo por el blanco y negro que asocian indefectible e incorrectamente a mi infancia (4) sino por el “tempo” de los argumentos, el ritmo para ellos es descorazonadoramente lento, inaguantable. Lo mismo pasa con la música, no pueden escuchar una pieza sin que una machacona percusión guíe a sus oídos, a pesar de que a cierta edad batimos el récord de asistencia a conciertos infantiles. Y no quiero decir cuando les enseñé el videojuego favorito de mi época, el tenis, dos barras verticales que chocan contra una pelota con forma de cursor pre-Windows, las carcajadas todavía resuenan en mis tímpanos.

Parte de esa adaptación al mundo digital está presente en su falta de asombro ante las maravillas tecnológicas novedosas. Yo en cambio me asombro por todo, el otro día alguien preguntó en voz alta que qué edad podía tener una conocida actriz, me picó la curiosidad y la busqué en Internet. Luego hice un comentario en voz alta acerca de que me maravillaba decirle al teléfono “Conchita Velasco” y que Google me buscara miles de referencias sobre ella. Mi hijo se rió de mí. Claro le tuve que explicar que la primera vez que conecté dos ordenadores utilicé un “acoplador acústico” – el mismo aparato que el protagonista de Juegos de Guerra usaba en la película para poner a la humanidad al borde de la extinción - de 600 bits por segundo, ni kilobits, ni megabits, ni gigabits, bits puros y duros. Y si uno ha trabajado con acopladores acústicos, un teléfono inteligente le parece un encuentro en la tercera fase.

Acoplador acústico. Museo de la Facultad de Informática. Universidad Politécnica de Madrid
 
Pero lo peor, lo realmente dramático, es que tanto bombardeo digital, tanto alimento cerebral binario estimulante, tanta imagen y sonido impactante, tanto tuit de 140 caracteres, tanto “guasap” (5) abreviado hasta la incomprensión con emoticonos sonrientes, les hace que la lectura sea tremendamente aburrida, los textos largos los leen – si cabe – diagonalmente, víctimas de una prisa que ni ellos mismos entienden, abreviando y no comprendiendo del todo su significado y los libros directamente se les caen de las manos.

No consigo que lean un libro, en este caso ni con “e-book” que podría ser más próximo a sus gustos, ni siquiera consigo que lean los artículos de su padre. Eso es lo dramático, no que me lean claro sino que no leyendo se pierden el magnífico ejercicio de construir con su imaginación las imágenes que el autor vertió sobre su escrito. No se imaginarán nunca al capitán Flint, el loro de vivos colores de John Silver “el largo”, ni compartirán la angustia de Gregorio Samsa al verse convertido en insecto de patas quitinosas, ni la cara de resaca del capitán Alatriste al salir de la cárcel de Corte… No saben lo que se pierden.

Aún así lo que más me preocupa a efectos prácticos, porque la lectura es el mejor ejercicio para posteriormente escribir bien, son los problemas que esa incapacidad pueda crearles a la hora de redactar. Es muy difícil redactar con elegancia si no has leído lo suficiente.

Y paradójicamente, mis hijos – para los parámetros de sus edades respectivas – son gente culta, muy por encima de la media, buenos estudiantes y buenos deportistas,  que no tienen la excusa de la marginalidad o de pertenecer a familias que no disponen de acceso a bienes culturales. Probablemente tengan más conocimientos e información de los que yo tenía a su edad. Ellos saben mucho, ahora bien, como se lo pidas que te lo expliquen por escrito… 

Pero, ¿se trata de un problema particular de mi familia o es un fenómeno extendido?. Creo que lo que les pasa a mis hijos con la lectura no es exclusivo de ellos. He hablado con amigos con hijos de edades parecidas, con profesores del colegio, con vecinos y he podido comprobar que es bastante común que los chicos prefieran otras actividades a leer y, cuando lo hacen, sólo es por obligación. No obstante, admito que esta particular encuesta mía no es muy científica, así que vamos a recurrir al Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros de  la Federación de Gremios de Editores de España correspondiente al año 2012.

Según esta encuesta realizada sobre 6.700 individuos, el 64,3% de los jóvenes entre los 14 a los 24 años lee libros con cierta frecuencia en su tiempo libre. A mí no deja de sorprenderme porque yo esperaba menos. En todo caso, hay un nada desdeñable 35,7% que no lee o sólo lee lo que se le obliga por trabajo o estudio y de éstos, un 20,9% declara no leer porque prefiere dedicar su tiempo a otras actividades. Es decir, no se trata de que no puedan acceder a la lectura por falta de medios sino porque prefieren hacer otras cosas. El resto de los que no leen indican en su mayoría que no tienen tiempo, lo que suena a pobre excusa. Para mí que están todos en el mismo saco.

La encuesta no dice a que dedican ese tiempo libre que no dedican a la lectura. En el caso de mis hijos aparte de los entrenamientos deportivos, dedican la mayoría de su tiempo libre a Internet en sus diversos servicios, a videojuegos – la mayoría de las veces en red – y, en último lugar, a ver la televisión.

Es un problema de educación, responsabilidad tanto de los padres como de los colegios. No me cambio por los maestros formados en la Galaxia Gutemberg (6) que tienen que vérselas con alumnos nacidos entre el “Smartphone”, la videoconsola y el acceso a banda ancha, ¿Cómo interesarles en la lengua, la literatura o la historia?. ¿Cómo hacer que salga de ellos el impulso de leer un libro?.

A pesar de la revolución digital la educación sigue siendo básicamente igual a la de nuestra generación, está basada en el libro de texto como elemento fundamental. Se parte del libro para llegar al mundo, para explicar el entorno que les rodea y creo que se debería partir de otro sitio mucho más digital, y por tanto más próximo a ellos, para llegar como destino final al libro.

Cierto que los libros de texto no son como los que usamos nosotros, influidos por la era de la imagen en la que nos movemos, son muy gráficos, el texto pierde importancia, parecen más un resumen de los temas que los temas mismos. El texto está resumido pero además lo más importante suele venir resaltado en negrilla y, para facilitar más las cosas, al final suele venir un resumen del resumen dentro de un recuadro de color. A mí me encanta ojearlos pero, ¿son realmente útiles para el aprendizaje?, ¿dónde queda el trabajo de comprensión, subrayado, resumen y memorización del alumno si se les da todo hecho?. Influidos por los agrios textos de nuestro pasado, ¿No habremos convertido a los libros de texto actuales en proto-tebeos con el bienintencionado ánimo de hacerles fácil el estudio?. Estudiar, al fin y a la postre, es un trabajo y todo trabajo requiere un esfuerzo. Así que, o bien nos entregamos al libro agrio del pasado y reinstituimos la varita y la pizarra de tiza, o bien damos un paso adelante y pasamos a “algo” con mayor contenido multimedia y participación del estudiante.

Y hablando de trabajos, siguen encargando trabajos como nos los que nos pedían a nosotros antes de la existencia de Internet. Antes nos ponían un trabajo sobre Dante Alighieri y lo primero que hacíamos era buscar información en los libros y las enciclopedias de casa, esto era un factor de desigualdad pues si en tu casa no había una buena biblioteca – si no tenías un buen libro de literatura universal por ejemplo - te veías en mayores apuros, esta era una razón por la que en todas las casas en las que había preocupación por la educación de los hijos, incluso en las familias obreras, se hacía el esfuerzo de comprar una buena enciclopedia. Si la enciclopedia no era suficiente nos teníamos que ir a una biblioteca, en cualquier caso, te obligaba a hacer una investigación y después un esfuerzo de composición de textos y de redacción.

Hoy en día una mera búsqueda en Internet o, más precisamente, una búsqueda en la Wikipedia proporcionan la información necesaria, al menos para el nivel exigido en la enseñanza media, para efectuar los trabajos. Luego, con la poderosa herramienta del “copiar y pegar” no necesitas siquiera redactar. Otra crítica que se hace a los trabajos “wikipédicos” es que a dicha enciclopedia no se la considera muy rigurosa. En cualquier caso, independientemente del rigor de la Wikipedia, los fines del trabajo de investigación quedan completamente subvertidos por esta forma facilona de hacer las cosas, no hay esfuerzo de investigación, ni de redacción, ni siquiera de mecanografía. Fui testigo de cómo uno de mis hijos hizo el trabajo sobre Dante en lo que a mí me parecieron cinco o diez minutos.

Cuando se empezó a abusar de la Wikipedia, en el colegio de mis hijos los profesores reaccionaron exigiendo que los trabajos se escribieran a mano. Así lo único que consiguen es que tarden más, pero no hay tampoco esfuerzo de investigación ni aprendizaje, se limitan a copiar a mano. Podrían, por ejemplo, haber cogido patrones de texto, uno o dos párrafos de cada trabajo, y si los encontraban  en Internet suspender el trabajo en cuestión, podría haber sido una maniobra disuasoria para que no copiaran alegremente.

A mi parece que nos estamos equivocando, no debemos castigar el hecho de que los hijos de la Era Digital accedan a la información rápida y fácilmente, sino aprovecharnos de ello, como hacemos nosotros en nuestro trabajo por otra parte. Debemos aprovechar las nuevas tecnologías no coaccionar su uso. No debemos exigir trabajos a presentar de la misma manera que hace veinte, treinta o cuarenta años, estamos de acuerdo de que eso es un camino al fracaso. Debemos encontrar nuevas maneras de educar que se basen en las nuevas tecnologías, desde la concepción misma del trabajo, la investigación, la composición y la presentación. Si a mi hijo pequeño – un entusiasta del medio audiovisual – se le pidiera que en vez de entregar un trabajo escrito sobre Dante hiciera un vídeo para presentarlo o se le diera libertad  en cuanto al formato o el soporte, el rendimiento y el aprendizaje serían mucho mayores.

Yo no tengo la solución – no soy ni pedagogo ni profesor, tan solo un padre preocupado -  pero creo que la hay, está ahí, es cuestión de innovación. Incluso debe haber métodos actualizados a la forma de ser de los jóvenes digitalizados para inculcarles el placer por la lectura. El mundo ha cambiado mucho, el mundo de nuestros hijos cambia día a día, sin embargo las técnicas educativas van a rebufo, siguen los cambios de lejos. 

Lo “profes” te dicen que sí, que usan las nuevas tecnologías y te cuentan que fomentan su uso mediante actividades que al final resultan ser tangenciales o como si fueran experimentos. Conozco algún “profe” que ha construido un blog para la difusión de contenidos a sus alumnos, otro ha creado una cuenta en twitter para dar información sobre sus clases y organizar debates, hay colegios que están poniendo en marcha intranets para compartir contenidos, informar sobre notas u organizar el intercambio de información con los padres. Aunque ese es el buen camino no me parece suficiente.

Lo intentan pero muy tímidamente, aunque hay que reconocer que la legislación les coarta y la falta de formación en las nuevas tecnologías les disuade. Los poderes públicos deberían tomar cartas en el asunto pero andan muy ocupados en otras cosas. Parece que la educación en todos los niveles no es prioritaria, hay ejemplos mucho más sangrantes como la política de becas o el tratamiento de la educación pública. No vaya a ser que un día se encuentren con un país de ciudadanos y no de súbditos - que es lo que parece que quieren - recluidos a esa condición por su falta de formación. 

Isaac Asimov (7), fue un auténtico visionario, un Julio Verne del siglo XX, un hombre polifacético que abarcó casi todas las ramas del saber en sus escritos. En 1988 le entrevistaron para la televisión y, cuando Internet estaba en mantillas, fue capaz de ver su potencialidad y prever el impacto que tendría sobre nuestra sociedad. En concreto Asimov habla de los beneficios que para la educación tiene el acceso desde el hogar a cantidades ingentes de información; que lejos de deshumanizar, la red puede personalizar la educación, puede hacer que las personas aúnen sus intereses y aficiones al aprendizaje escolar, describe muy gráficamente como alguien interesado en el “baseball” puede interesarse por la física. Son siete minutos para disfrutar. Él explica mucho mejor que yo, lo que yo quiero expresar.



Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo

NOTAS
(1)    La salida al mercado de Windows 95 supuso una revolución, pues era la primera vez que el usuario podía hacer todas las funciones sin salir a MS-DOS, todo el interfaz hombre máquina pasaba por Windows. El antecedente, Windows 3.11, era una aplicación más.
(2)    El Fortran es un lenguaje de programación orientado a cálculos matemáticos, la primera versión del lenguaje es de 1957, aunque han ido sacando versiones posteriores que lo han ido actualizando a los sucesivos paradigmas de programación que han ido surgiendo con los años, la última versión es de 2003 que está adaptada al paradigma de la programación orientada a objetos. Fortran IV es una versión de los primeros años de la década de 1960.
(3)    La ficha o tarjeta perforada era una lámina hecha de cartulina que contenía información en forma de perforaciones según un código binario. Estos fueron los primeros medios utilizados para ingresar información e instrucciones a un ordenador en los años 1960 y 1970. El principio en el que se basa el funcionamiento de las tarjetas es el mismo que el de la pianola y se venía utilizando en la industria textil desde finales del siglo XVIII. En mi defensa quiero decir que cuando yo entregaba mis programas en la Facultad, ya era un medio obsoleto. Y no sólo obsoleto sino que bastante tedioso, sobre todo cuando te equivocabas al perforar.

Tarjeta perforada que lleva impresa una sentencia de Fortran. Foto Wikipedia

(4)     Mis hijos han confundido muy a menudo el hecho de que los televisores eran en blanco y negro cuando yo era un niño con el cine en blanco y negro, les he tenido que explicar que el cine en color se inventó bastante antes de mi nacimiento.
(5)    “un guasap” es una forma castiza de hacer referencia a un mensaje del programa de mensajería instantánea “WhatsApp”.
(6)    Para Marshall Mcluhan el término Galaxia Gutemberg hace referencia a la difusión cultural basada en el medio impreso
(7)    Isaac Asimov es una de mis debilidades. He leído casi toda su obra, tanto de ciencia ficción como de historia, incluso algo de biología. Me sorprenden muchas cosas de Asimov, pero dos sobre todas ellas. La primera es que construye una historia del futuro, a través de sus sagas de los robots y de la Fundación, de unos 20.000 años, e hizo encajar todas sus novelas para que la historia fuera coherente. La segunda fue que sus aportaciones desde la ficción influyen en la ciencia, sus leyes de la robótica sobre todo, pero el concepto de psicohistoria siempre me ha parecido genial. Si buscáis su biografía la podéis encontrar si pulsáis aquí.

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